jueves, 3 de julio de 2008

LOS HIJOS PRODIGOS DE CHESTE - Rustarazo

Andrés Rustarazo Vicente me ha enviado este escrito cargado de emotividad y donde se plasma perfectamente el buen sabor de boca que a todos nos ha dejado el encuentro del pasado fin de semana.

LOS HIJOS PRODIGOS DE CHESTE

He leído en el foro los comentarios que hacen algunos de los compañeros sobre la reunión en Cheste. Sorprenden gratamente también los comentarios de algunas personas que en realidad no estuvieron con nosotros, aunque parecen estar imbuidas también del mismo entusiasmo. Ciertamente este estado de ánimo es contagioso y por ese motivo yo también me quiero sumar a todos aquellos que han encontrado esta reunión como algo “muy especial”.

Afortunadamente el entusiasmo y la constancia de unos pocos ha sido capaz de arrastrar a todos los demás que allí estuvimos y, porqué no decirlo, de los que no estuvieron.

Reconozco que tenía ciertos reparos en volver a Cheste. Me daba miedo encontrar a la gente cambiada, no reconocer a mis amigos, no tener de qué hablar después de tanto tiempo. Pues bien, me equivocaba. He descubierto que la esencia de la gente permanece. Me he dado cuenta de que el tiempo va poniendo capas de cebolla transparente a través de las cuales, y una vez entablado de nuevo el contacto, se puede distinguir aquella persona que compartió hace 30 años una parte de mi vida.

Efectivamente, he de dar la razón a una de las esposas que intervino en el foro; la Universidad de Cheste nos forjó un carácter con muchos puntos en común. Posiblemente esta es una de las razones por las cuales en esta reunión se respirase un ambiente tan distendido.

No faltó de nada. Allí estaban don Andrés y la sobrasada Mallorquina. Don Rafael y las cerezas del Jerte. Don Marcos y el chorizo extremeño. Don Alejo y el vino de rioja. Don Juan y las aceitunas de Jaen. Los niños, y los niños de los niños, y las mamás de los niños de los niños (¿verdad D. Marcos?). Y hubo reencuentros y hubo abrazos, y hubo discursos, y hubo abrazos y hubo recuerdos y hubo abrazos, y hubo agradecimientos y hubo abrazos y hubo fotografías y hubo abrazos. Hubo abrazos y... hubo abrazos.

Aunque intenté saludar a todo el mundo, estoy seguro de que no lo hice. Aunque intenté despedirme de todo el mundo estoy convencido de que no lo hice. Aunque traté de no emocionarme cuando cantábamos en la sala de grados debo de reconocer que no lo hice, aunque traté de ser libre para expresar todo lo que sentía, me temo que no lo hice. Creo que esto puede ser un buen motivo para ir a la siguiente cita.

La reunión sirvió para darme cuenta de que durante estos últimos 30 años os había echado mucho de menos. La reunión sirvió para darme cuenta de que de ahora en adelante os echaré mucho de menos.

Para aquellos que no están y no podrán estar y para todos los que allí estuvimos me gustaría dedicaros, sin pecar de melancólico, una carta que atribuyen a Gabriel García Marquez

Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo. Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan. Dormiría poco, soñaría más. Entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz.

Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen. Escucharía cuando los demás hablan, y ¡disfrutaría de un buen helado de chocolate!

Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto, no solamente mi cuerpo sino mi alma. Dios mío, si yo tuviera un corazón, escribiría mi odio sobre el hielo, esperaría a que saliera el sol. Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las estrellas un poema de Benedetti, y una canción de Serrat sería la serenata que le ofrecería a la luna. Regaría con mis lágrimas las rosas, para sentir el dolor de sus espinas, y el encarnado beso de sus pétalos.

Dios mío, si yo tuviera un trozo de vida... No dejaría pasar un solo día sin decirle a la gente que quiero, que la quiero. Convencería a cada mujer y a cada hombre de que son mis favoritos y viviría enamorado del amor. A los hombres les probaría cuán equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse. A un niño le daría alas, pero le dejaría que él solo aprendiese a volar. A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido. Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombres...

He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada. He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por vez primera, el dedo de su padre, lo tiene atrapado por siempre. He aprendido que un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo cuando ha de ayudarle a levantarse. Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, pero realmente de mucho no habrán de servir, porque cuando me guarden dentro de esa maleta, infelizmente me estaré muriendo.

Andrés: gracias por colaborar.

Pepe :-)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Enorme, Rusta. Cuando te dejé de niño eras un fenómeno. Ahora sé que llevas treinta años siéndolo.

Bruno Rodriguez dijo...

Joder Andrés que grande eres, deja ya de diseñar piezas de coches y escribe libros, eres un gran literato.

JUAN CARLOS RUSTARAZO dijo...

Yo solo soy hermano de Rustarazo, nunca viví desde dentro aquello, pero le hice muchas visitas. Cuando se marchó yo tenía 6 años y aquello fue duro para él al principio, y para mi supuso echarlo mucho de menos ya que eramos compañeros y amigos de juegos. Cuando volvía en verano a casa, sus historias me fascinaban y en cierta forma aquellos años me calaron como si los hubiera vivido en 1º persona. Gracias Andrés, y gracias a todos.