miércoles, 26 de diciembre de 2007

La llegada al Colegio

Dedicado a Gregorio: a ver si te reconoces.

Los once años no son una buena edad para algunas cosas, pero tampoco están mal para empezar a desenvolverse sólo. Cuando estudiaba quinto curso de E.G.B. mis padres solicitaron una beca para que yo pudiese estudiar en Valencia, en la Universidad Laboral de Cheste. Era una gran oportunidad ya que suponía acceder a una formación muy superior a la que recibiría si me hubiera quedado donde estaba. El mayor inconveniente era que tenía que marcharme lejos de mi ambiente familiar y amigos. Nosotros vivíamos en Sevilla. Yo me entusiasmé cuando me lo propusieron y no tanto cuando llegó la beca concedida y se acercaba el momento de dejar a mamá…

El verano antes de marchar fue estupendo. Bueno, todo lo estupendo que puede ser para un niño de once años recién cumplidos ese mismo verano: piscina, juegos y la colonia de Zarauz.

El viaje se realizaría en autocar que saldría de la Plaza de España de Sevilla. Y allí estábamos todos con nuestras maletas y nuestra ropa nueva. Todos estábamos nerviosos y excitados; aquello podría ser una fantástica aventura, íbamos hacia lo desconocido: nuevos lugares, nuevos amigos, nuevos profesores, el mar de Valencia. Tardaríamos tres meses en volver: estábamos en septiembre y regresaríamos para las Navidades. Pero eso no nos preocupaba de momento. Mirábamos a nuestras familias que ocultaban su pesar por la separación. Mi madre no se separaba ni un minuto de mi lado. Ten cuidado con esto, procura hacer esto otro, escribe en cuanto llegues, dúchate todos los días, esconde bien el dinero no sea que lo pierdas.

De Los Rosales, mi pueblo, sólo íbamos mi amigo Antonio y yo; bueno, no era mi mejor amigo pero sí uno de los más allegados. Él iba al colegio Olmo y yo al Castaño; no sabíamos si nos podríamos ver a menudo o no. Del pueblo de al lado iban otros cuatro chicos que yo no conocía pero que se presumían amigos por aquello de la paisanía. Tampoco ninguno de éstos iba a mi colegio. Durante la espera, antes de subir al autocar localizamos a dos chicos del Aljarafe que iban a mi colegio: Currito y Bruno. Su acento andaluz era cerradísimo. Después tendría la ocasión de comprobar que eran excelentes personas.

No recuerdo que la despedida fuese especialmente triste, al contrario, la excitación había superado a la tristeza en esos últimos momentos. Subimos al autocar después de colocar las maletas en el portaequipajes. Estábamos animados con los nuevos amigos, el viaje y el sol radiante. La travesía fue larga y pesada. Llegamos a Cheste a las diez y media de la noche. La parada se produjo en un lugar que llamaron Plaza de Docentes. Tuvimos que andar cuesta arriba más de medio kilómetro cargados con las maletas que pesaban como demonios. Todo parecía poco para llevar, pero cargar con ello era otra cosa. Los quinientos metros los comprobé días más tarde, porque en el momento me parecieron quinientos kilómetros. Sudaba por todos los poros, hasta por los que todavía no me habían salido. Yo, entonces, era menudo y flaco, pero fuerte dentro de mi escasa corpulencia. Insuficiente, era insuficiente mi fuerza para acarrear aquel maletón cargado con mi vida futura y algo de la pasada. Menos mal que el tutor que nos acompañaba se percató de ello y mandó a otro chico mucho más alto que me echara una mano. Así pude llegar al Colegio Castaño. Tras anotar nuestra llegada los responsables, nos dijeron que podíamos subir a los dormitorios. Al pasar hacia las escaleras, vimos que había muchos chicos en la sala de TV: jugaba la Selección española de Fútbol. Empezamos a subir y aquello no tenía fin. Seis pisos, ¡eran seis pisos hasta llegar al dormitorio!. Mi habitación era la 21. Al llegar vi que había varias literas vacías y también algunas taquillas libres. Me acomodé en una de ellas y me acosté en una de las camas que estaba vestida, porque había una sin hacer, con la ropa muy bien dobladita encima. Puestos a escoger, elegí una de las hechas y que además era de las de abajo. Según me introducía en el sobre oí una voz que me decía que esa cama estaba ocupada por un chico que estaba viendo el fútbol. Estaba cansado del viaje, pero sobre todo de mi experiencia como porteador de maletas. Me dormí profundamente. Al cabo de un rato noté que alguien me zarandeaba: “oye, que esta es mi cama”, dijo. Cuando yo he llegado no había nadie, contesté. “Es mía, yo llegué primero y me bajé a ver el partido, quítate de aquí; la tuya es la de arriba”. De mala gana me levanté y vi que la mía era la que no estaba hecha. Me conformé sin protestar porque no tenía ganas de discutir.

Ahí estaba yo, encima de una cama sin hacer. Yo no había hecho una cama en mi vida, y menos una litera de arriba, y las luces estaban apagadas. De pronto la voz que ya me había advertido de que la cama estaba ocupada susurró: “¿quieres que te ayude?”. “Bueno”, contesté aliviado. Ya casi había tomado la decisión de dormir encima tapándome como pudiera. Estaba muy oscuro y no pude distinguir claramente la cara de mi ayudante. Hicimos la cama y me dormí rápidamente. Al día siguiente, ya con la luz de la mañana llenándolo todo no pude reconocer al que me había ayudado. Después descubrí que se trataba de un valenciano de Cullera con el que hice buenas migas.

1 comentario:

Ruber dijo...

Hola, soy Juan Pablo Gutiérrez (hab.17).

Creo que siempre me acordaré del día de nuestra llegada, el 17 de Septiembre de 1.975, y de algunos pequeños detalles, que os cuento.

Yo salí con la expedición de Burgos, a las 12h, de la calle Reyes Católicos, un poco tarde, porque estuvimos esperando a la expedición de Santander, creo recordar.El tutor que nos acompañó era del colegio Barbo, un tío con voz ronca muy carismático y majete.

El viaje hasta Cheste fue interminable (había que pasar por Madrid), como interminables serían todos los demás, durante los tres años (me pregunto cómo serían los viajes de los que venían de Galicia).

Cuando llegamos ese 17-Sept-75 era de noche, y tuvimos que subir aquella cuesta sin fin hasta las residencias -Colegio Castaño, 6ºpiso-, cargado con dos bultos más grandes que yo.
Era un poco tarde para llegar al turno de cena, y casi nos quedamos sin ella, desubicados como estábamos; fué de agradecer que unos chicos nos acompañaran a los comedores.

A lo que voy, la carta:
Cenamos aquel plato de fiambres y queso en lonchas de primero, y de segundo pollo asado.
De postre, manzana.