martes, 18 de diciembre de 2007

Don Domingo y los sellos ... y el bocadillo

Yo me aficioné a la Filatelia por el que fue durante mis tres años de estancia en Cheste nuestro profesor de Religión. Se llamaba Don Domingo, era sacerdote, bajito, regordete (espero que no se moleste) y bonachón.

Durante los recreos de los martes y jueves, si no recuerdo mal, se quedaba en un aula y repartía las series de sellos a los que se las habíamos encargado. Mientras realizaba esta tarea solía degustar un jugoso bocadillo que traía impecablemente envuelto en una bolsa blanca de plástico (antes no había papel de aluminio).

Mis recuerdos no son sólo para los sellos, son principalmente para el bocadillo de Don Domingo. Y no es que pasáramos hambre ni mucho menos, se trataba del mimo con el que le habían preparado aquel bocata que a nosotros nos parecía el manjar de los manjares. A veces era de filete empanado flanqueado por sendos pimientos morrones gordos y jugosos. Él lo degustaba sin prisas, saboreando cada bocado que se entretenía en pasar de un lado al otro de la boca, como cuando en Misa el celebrante consume la Sagrada Forma mientras los asistentes tragan saliva escuchando, captados por el micrófono, los sonidos de tan santa degustación.

Claro está que nosotros tuvimos nuestra versión del bocadillo de Don Domingo. Hombre, no era tan jugoso, ni venía tan perfectamente envuelto como el suyo pero a nosotros nos valía. Solía ser de patatas fritas sacadas a escondidas del comedor dentro de un trozo de pan del día anterior camuflado bajo el brazo. Y lo comíamos allí cerca de él y con el mismo cuidado, masticando cuidadosamente sin envidiarle en absoluto.

Don Domingo manejaba con extremo cuidado los sellos procurando alejar el bocadillo para no mancharlos mientras nos contaba historias de lugares exteriores a donde difícilmente nosotros podríamos acudir. Recuerdo que yo fui uno de los pocos afortunados que en una sóla ocasión le acompañó primero a su casa en el pueblo de Cheste y después a la Lonja en Valencia donde se compraban los sellos.

Años después abandoné mi afición filatélica aunque la guardo con cariño, igual que el recuerdo de esta persona que conseguía evadirnos durante media hora de vez en cuando de las tareas cotidianas del estudio, los horarios y demás quehaceres.

Siempre he pensado que Don Domingo nunca se arriesgó a ofrecernos de su bocadillo por miedo a que le dijéramos que sí, incluso a sabiendas de que nuestros ojos estaban siempre más pendientes del manjar que de los sellos.

Me gustaría saber qué fue de él.


Saludos.

Pepe :-)

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