lunes, 5 de mayo de 2008

RECUERDOS DE UN CHAVAL DEL AULA 5 - Rustarazo

Andrés Rustarazo me ha enviado algunos de sus recuerdos redactados; seguro que os gustará porque la mayoría son recuerdos comunes, de nuestra memoria colectiva. Además menciona muchos nombre propios.

Tres años son una parte importante de la vida, y más cuando están concentrados entre la niñez y la adolescencia. Tres años que quedan reducidos a no demasiados recuerdos, aunque si muchas sensaciones. En estas líneas voy a tratar de esbozar aquello que se quedó grabado de una forma indeleble en mi memoria.

El autobús partía de la plaza Santa Engracia y desde la ventana del autobús pude ver como mi madre se quedaba llorando amargamente. Esa imagen no se ha borrado todavía y provocó en mí una sensación de desazón que al menos me acompañó durante el primer mes en la Universidad.

Para mí ir a Valencia era como ir al otro lado del mundo y después de varias horas, el autobús llegábamos a la plaza del rectorado. La maleta..., eso sí que era una maleta. Apenas tenía fuerza para sacarla del autobús, sin embargo lo peor estaba por llegar. Tuve que arrastrarla cuesta arriba hasta llegar al colegio Castaño. Allí, creo recordar estaba D. José para informarnos de la habitación que teníamos asignada. Habitación 22. Seguí arrastrando la maleta por las escaleras, que parecían interminables. Las habitaciones no aparecían. Imagino que D.José no quiso desmoralizarnos explicándonos que había que subir 6 pisos. En el quinto piso no dejaba de preguntarme a qué altura estaría la habitación 22 (pobre ingenuo).

Por fin alcanzamos el hall desde donde partían los dos corredores donde se concentraban las habitaciones. Habitaciones de 8. Literas, ¡que divertido! Allí en la habitación estaba Julio Rodríguez Niño un chaval de Palencia que parecía haber estado allí toda la vida. Desbordaba alegría y vitalidad por los cuatro costados. Viendo que no tenía ni idea de hacer una cama me echó una mano. Si no era tan dificil sólo había que colocar en el orden correcto, la manta marrón, dos sábanas y la colcha a cuadros que teníamos encima de la cama. Esa noche creo que lloré, aunque no fui el único ya que de ruido de fondo podía escucharse un rumor de sollozos.

Después de ese día tengo recuerdos contradictorios, porque si bien recuerdo que pasaba el día acordándome de casa, sin apenas comer, enviando cartas lacrimógenas, por otra parte me pasaba la mitad de las noches castigado en el hall por montar juerga con los colegas de la habitación. Haciendo gimnasia. El bueno de J.Luis Rey Maya y Javier Pérez Lozano me ofrecían sus manos desde la litera de arriba y yo a modo de anillas me asía a ellas para hacer cabriolas y saltos mortales. A punto estuve de dejarme la cabeza en alguno de esos malabarismos.

El no comer y el mucho andar me hicieron perder bastante peso (unos 10 Kg. hasta Navidad). Pero todo el mundo perdía peso ya que nos pasábamos el día de aquí para allá. Había que ir de las habitaciones (bajar 6 pisos) al comedor a desayunar, de allí a las aulas, en el recreo no escatimábamos energías, después a comer otra vez a las habitaciones (otros 6 pisos) a hacer la cama, de allí a las aulas para acabar de nuevo en el comedor para cenar. Al final de la jornada otra vez a las habitaciones (de nuevo los 6 pisos). Lógicamente acabamos por ser unos verdaderos atletas.

Al principio sólo bebía leche. La cambiaba por fruta, por el segundo plato, por el primer plato. Leche y una pera era todo lo que cenaba. Después de un tiempo no había pan duro. Para desayunar una buena rebanada de pan con mermelada de melocotón o pera mezclada con rodajas de salchichón o mortadela. Para comer huevos fritos con la yema petrificada, paella valenciana y de postre naranjas gigantes que se convertían en minúsculas después de haber sido peladas. En general no se comía mal excepto algún plato. En particular a mi me parecía incomible una morcilla que no sabía a morcilla y una empanadilla gigante llena de algo rojo que podría ser pimiento. Eso sí bocadillo de lo que fuese al pantalón y a sacarlo del comedor burlando a los vigilantes.

Recuerdo haber trazado un plan para escaparnos de la Universidad y plantarnos en Zaragoza caminando por los campos. Mi compinche no era otro que Vicente Saez Lavilla, el cual era de Alconchel de Ariza (Zaragoza). Hablamos tanto del tema que cuando nos quisimos dar cuenta ya faltaba menos de un mes para las vacaciones de Navidad. Evidentemente esperamos a ir en autobús, actitud que por otra parte ahora se me hace incluso inteligente. Después de aquellas Navidades ya no volvimos a hablar del tema.

Las novatadas eran todo un clásico. Todo el mundo teníamos miedo de sufrir alguna. Yo en particular no recuerdo ninguna, pero sí que me pasó una cosa yendo al comedor acompañado de Quesada Santoyo. Los veteranos acostumbraban a hacer puntería con alguna pieza de fruta y ese día eligieron una manzana que a tenor de las consecuencias debía estar ya bastante madura. Quesada Santoyo abultaba como tres veces yo y por la ley de probabilidades yo iba a librarme. Ese día llevaba una gabardina gris, apenas estrenada, y de pronto algo golpeó en la espalda de Quesada. Este se volvió con cara de pocos amigos y grito “si tienes cojones sal de ahí maldito ...”. Nadie. ¡Cualquiera salía con ese miura fuera de chiqueros!

Los juegos que nos inventábamos rozaban muchas veces lo inverosímil. Desde luego el béisbol con tabla del asiento de la taquilla y una piña verde era todo un clásico. Si además teníamos una pelota entonces eso ya era un verdadero lujo. De vez en cuando nos tocaba trepar por alguno de los balcones de las residencias para recuperar la bola. El hinque. Había que sacar cuchillos del comedor o bien coger algún hierro. El siguiente paso era un trozo de tierra húmeda y a saltar. El ser pequeño en este juego tenía sus desventajas porque saltar a los últimos números no era tarea fácil. Con un palo largo, otro corto, dos piedras y un círculo en el suelo también éramos capaces de jugar, aunque no recuerdo que este juego tuviese nombre. El fútbol con una pelota de tenis como balón y dos columnas del porche situadas a no más de 30 cm. como portería era otro clásico y Antonio Rodríguez Martín destacaba. En primavera muchos arbustos decoraban la Universidad con unas bolitas de color naranja. Estas bolas eran utilizadas como proyectiles que salían a toda velocidad por las cerbatanas que nos fabricábamos. Recuerdo haber cogido una bolsa de esas bolas para llevarlas a Zaragoza y jugar con mi hermano como si fuese una cosa realmente extraordinaria. Las batallas campales entre colegios con algarrobas tampoco era nada despreciable. Aún recuerdo como un día rompieron el reloj que llevaba Nicolás Rivas (imagino que la garantía no hablaba nada de ser antialgarroba).


Cuando llegábamos a la habitación hacíamos de todo. La gallina ciega por encima de las literas, arriesgando el tipo cuando saltábamos de una a otra para coger desprevenida a la victima. Con paciencia, papel, rotuladores y una tijera construimos un ajedrez al que José Aurelio Rey Serrano y yo sacamos mucho partido. Después formamos parte de un equipo de ajedrez y participamos en un pequeño torneo llegando a ganar incluso el primer premio. No hubo medallas.

José Aurelio era un gran tipo en toda la extensión de la palabra, un día D. Marcos fue al WC porqué olía fatal. No tengo muy claro qué es lo que encontró en una de las letrinas pero sin preguntar nada emitió un grito desgarrador “José Aureliooooooo”.

Por la noche, cuando se apagaban las luces, y sólo quedaban encendidos los raseros aparecían los miedos al hombre de la capa negra. Nunca apareció excepto una vez en el que Muñoz Sánchez creyó ver algo, aunque no recuerdo bien la historia. Esta experiencia dio mucho de sí y todos nos reímos incluido el protagonista. Por cierto Muñoz Sanchez tenía aversión a los autobuses y en cuanto se subía a uno, incluso sin haber arrancado ya estaba utilizando la bolsita de plástico que tenía el conductor (antes no había en todos los asientos como ahora).

En la habitación 22, como en el resto de habitaciones, se mezclaban acentos de todas las partes de España. José Luis Rey Maya de Badajoz, Javier Pérez Lozano de Jaén, Jesús Casares de Valladolid, Jerónimo Domenech Boscá de Valencia, Julio Rodríguez Niño de Palencia, Eduardo Rivaguda Egurrola de Álava, Chueca de Valencia y yo maño. Después de tres meses cuando regresaba a casa mi acento ya no era maño. No pronunciaba las eses, hablaba en pretérito indefinido y el "che" se me escapaba cada dos por tres. Jerónimo Domenech soñaba en Valenciano y Chueca en ocasiones le respondía. Ojo dijeses a Jerónimo que el Valenciano era un dialecto del catalán que sacaba la vena nacionalista y corrías peligro. Siempre llevaba una anorak azul con una raya roja y alguna que otra jaqueca le amargaba de vez en cuando el día.

Un día los de la habitación 22 nos presentamos como voluntarios para asumir la responsabilidad del servicio de llaves. Éramos los primeros y últimos en abandonar el colegio. Un día encontramos un paquete que venía de uno de esos pueblos de la España profunda. Los del servicio de correos no habían trabajado muy eficientemente y venía materialmente destrozado. El chorizo y la cecina salían por todas partes. Teniendo en cuenta que estábamos en edad de crecer no tuvimos más remedio que preparar un festín sobre la marcha. Tal vez no es algo para recordar, pero el embutido era de primera calidad. Aunque el rey del embutido era Benedicto Prieto Crespo quien de vez en cuando nos dejaba ver las delicias que le enviaban desde algún pueblo de Zamora.

En otra ocasión, no recuerdo quienes eran los compañeros de hazañas aprovechamos para hacer la “tortilla” a prácticamente la totalidad de las camas del colegio. Un topo le contó al director quienes habíamos sido y cuando ya estábamos a punto de ser castigados le propuse que si volvíamos a hacer las camas tal vez podíamos ser indultados. D.Andrés, hombre justo, obró con sabiduría y nos permitió deshacer el entuerto. No recuerdo el tiempo que costó hacer tantas camas, pero mereció la pena.

La verdad es que pasaba más tiempo en la habitación 23 que en la 22. Allí estaba mi compañero de ajedrez J. Aurelio, Bruno con el cual hacíamos muchas risas, Antonio Rodríguez siempre de buen humor, Poyo Mendía un pequeño gran tipo, Curro con su Betis siempre en la boca. En cuanto se apagaban las luces migraba para allí para hacer alguna que otra gamberrada. Poyo Mendía era un gran dibujante. Nos apuntamos a un taller de dibujo y gracias a él pude presentar algún boceto decente. Estaba claro que lo mío no era el dibujo.

Luego nos apuntamos al taller de teatro donde D. Francisco demostró sus dotes como director de escena. Fue capaz de organizar a 100 personas de 11/12 años para interpretar nada más y nada menos que Antígona. Lo mejor de todo era el final, cuando después de haber estado viendo chicos y chicos, al final de la obra aparecía Antígona y el público estaba convencido de que era un chico. ¡Pero no!, resultó ser una chica y además hermana de Jerónimo Domenech por más señas. Ganamos un certamen y nos ganamos el derecho de ir a la Universidad Laboral de Zaragoza a poner en escena la obra pero sin derecho a participar ya que superábamos el número de actores permitido. Fue todo un éxito y de paso pude ir a mi casa a dormir. El hospedaje fue en el hotel los Molinos en la calle S. Miguel (nunca se me olvidará). D. Marcos también hizo sus pinitos como director, aunque no sacó de nosotros tanto como D.Francisco. Creo recordar que la obra se llamaba “los tambores”.

Recuerdo un torneo de fútbol que hubo el último año que enfrentaba a las diferentes aulas. El aula 2 partía como favorita ya que estaba De Dios, Segovia y compañía. El aula 5 sin hacer mucho ruido se coló en la final y jugó un gran partido. En ese equipo recuerdo que estaba de portero Antonio Sainz Arana que daba mucha seguridad, también recuerdo a Rico que era el capitán, Molina, Rodríguez Martín, Huguet, aunque no soy capaz de recordar el 11 completo que saltamos al terreno de juego. Recuerdo haber practicado balonmano, aunque desgraciadamente era incapaz de coger la pelota con una sola mano. Díaz García destacaba en este deporte y más de una vez me gané algún sermón por mi poca picardía, en especial desde las esquinas del área.

De vez en cuando surgía la alarma de contraer la varicela, piojos. “La varicela ya ha llegado a aula 4”. “Ojo, los piojos ya están en el aula 4”. Cuando llegábamos a casa siempre había que comprobar que estábamos libres de liendres.

También me acuerdo de alguna de las excursiones que hicimos. Creo recordar que estuvimos en la Albufera, en Benicasin o Benicarló, al monte un par de veces, aunque una de ellas a media noche tuvimos que levantar el campamento porque llovía tanto que estaban calándose las tiendas. Acabamos guarecidos en una casa que había en el lugar de acampada donde nos vino a recoger un autobús y de vuelta a la Universidad. La verdad es que en Valencia cuando llovía lo hacía de verdad. Un día no se pudo ir a las aulas porque por los pasillos, aunque resguardados de la lluvia, bajaban verdaderos ríos de agua y fango. También estuvo bien el viaje a Mallorca, aunque ya prácticamente no me queda ningún recuerdo excepto que había mucho extranjero, las famosas cuevas del Drac, el autobús que cogíamos para ir desde el hotel atestado de gente y las tiendas donde todos entrábamos a gastar el poco dinero que nuestros padres no habían dado.


Por la megafonía siempre había música y de la buena. No se quien de todos los tutores se encargaba de elegir los discos pero tanto si fue D. Marcos, como D. Higinio, como D. Francisco, D. Rafael, D. José o D. Alejo las canciones de Procol Harum o de los Beatles que allí se escuchaban han quedado registradas en mi alma para siempre. El fin de semana era una fiesta cuando íbamos al paraninfo a ver la peli. ¿Quién no ha dicho alguna vez esta frase?, “esta película la vi en Valencia”: Tora, Tora, Tora,; La aventura del Poseidón.

Tuvimos el privilegio de asistir a la confirmación más multitudinaria de toda España. Allí estaba el obispo o arzobispo de Valencia repartiendo galletas a diestro y siestro en el paraninfo. Se puede decir que fue una confirmación en masa. D.Rafael estaba allí para cuidarse de la organización perfecta del evento.


¿A que os ha gustado?. Pues a animarse y a escribir...

Andrés: he añadido la foto del Paraninfo en blanco y negro para dar ambiente...

Saludos


Pepe :-)

5 comentarios:

Bruno Rodriguez dijo...

Andres el juego de los dos palos uno apoyado en dos piedras y que teníamos que sacar del circulo era la billarda.

Bruno Rodriguez dijo...

Las servanatas, recuerdo que las hacíamos, quitándole la barra de tinta a los bolígrafos bic, metiendo las bolas por la parte mas ancha y soplando por la estrecha.

Bruno Rodriguez dijo...

Hablando de que Poyo era un buen dibujante, no se si lo sabes, pero Poyo ahora es artista, se dedica a pintar, y a hacer artes graficas por ordenador.

Bene dijo...

Muchas gracias ppor esos recuerdos. Mira que he vivido en Zaragoza tiempo y aún hoy voy de vez en cuando. Siempre me había preguntado cual sería el hotel donde nos alojamos cuando fuimos con Antígona y nunca lo había conseguido recordar. Y resulta que está en mi calle favorita. En fin, lo que es la vida.

Bene dijo...

Yo recuerdo que en el viaje a Zaragoza fué la primera vez que entré en un parque de atracciones con ese laberinto de cristales del que no había forma de salir.